La nueva revolución del periodismo de investigación y la necesidad de capacitarse

Participación durante el panel: El papel del periodismo de investigación en los medios digitales, en el marco del Seminario de Periodismo de Calidad, organizado por el Centro de Periodismo Digital de la Universidad de Guadalajara, Jalisco. Octubre de 2018.

La columna vertebral del periodismo de investigación está sostenida, primordialmente, por dos acciones: acercarse a la verdad e indignar para el cambio.

Para aproximarse a esa verdad es necesario revelarse contra el poder que, arbitrariamente, presiona para imponer a la opinión pública su visión más conveniente de una realidad, o para ocultarla del todo.

El periodista de investigación tiene el mandato de dudar de ese poder que, sin escrúpulos, juega para que su corrupción permanezca oculta. Y en no pocos casos presiona para que las leyes se mantengan invariables o muten según su conveniencia.

Un ejemplo de ello ocurrió en Inglaterra con la Ley de Reforma de la Legislación Penal, que incluía cambios para frenar la prostitución infantil y la trata de blancas en 1885. Ese caso podría ser el detonante más conocido, hasta ahora, del origen del periodismo de investigación.

La iniciativa había sido rechazada tres veces en la Cámara de los Comunes. Uno de sus impulsores y activista buscó a William Stead, redactor jefe de un diario londinense, para exponerle por qué el tema era crucial en una sociedad de doble moral donde aristócratas con influencia política abusaban o compraban a niñas por cinco libras.

La investigación alcanzó a no a pocos de ellos. Generó tanta indignación que, ante la presión pública, los parlamentarios debieron reformar la ley.

Incluso, cuando el mayor distribuidor de periódicos de Londres se negó a repartir los ejemplares -presionado por aquellos a quienes evidenciaba la investigación- voluntarios del Ejército de Salvación se ofrecieron a entregarlos. La demanda por la serie de reportajes fue tanta que los lectores se agolpaban frente a la imprenta del diario para comprar su copia aún con la tinta fresca.

Stead terminó en la cárcel, víctima de la propia ley que su investigación ayudó a cambiar. ¿Por qué? Porque en la historia que más indignó a sus lectores, omitió informarles que él mismo había pagado por la niña y contó la historia como si un tercero lo hubiese hecho. Fue acusado de secuestro y proxenetismo.

Años después, el trabajo de Stead y de su reportera llegó a Estados Unidos donde fue piedra angular para el surgimiento de los “Muckrakers” (rastreadores de basura o de vidas ajenas).

A inicios del siglo pasado, los Muckrakers – agrupados en 10 revistas- evidenciaron a la corrupción política y empresarial en los Estados Unidos, enfocándose en investigar la explotación laboral, el trabajo infantil, la pobreza y el desempleo. Eran la cara oculta tras el progreso de esa nación. Su denuncia social obligó a efectuar cambios en la legislación.

El alcance de su trabajo era abrazado por los lectores, los ejemplares de sus revistas alcanzaban los 3 millones de copias entre una población nacional de poco más de 92 millones de personas. Aproximadamente, sus ediciones llegaban a 33 de cada 1.000 estadounidenses.

¿Qué podríamos aprender de esas historias en el contexto digital en que hoy se desarrolla nuestra profesión?

Desde entonces, el esfuerzo del periodismo de investigación -para probar y evidenciar hechos de interés público ocultos a conveniencia de alguien o de grupos de poder- se compensa con el apoyo de la audiencia, que encuentra un valor único en la información provista porque es capaz de sacudir los cimientos de la sociedad para corregir la injusticia.

Queda claro también que los periodistas no podemos valernos de engaños para buscar la verdad ni actuar por encima de la ley.

Cisma en las redacciones
La evolución de este tipo de periodismo continúo hasta 1972, cuando se produjo la que podría ser la más icónica de las investigaciones periodísticas del siglo pasado: Watergate, que conllevó a la renuncia del presidente Richard Nixon por actos ilegales para promover su campaña de reelección.

El impacto de Watergate no solo fue en el mundo político, sino a lo interno de las redacciones. Hasta antes de esas publicaciones se discutía si la investigación era una moda o debía tratarse como una especialidad, con una metodología y técnicas distintas a las del reporteo convencional.

El trabajo de Robert Woodward y Carl Bernstein conllevó a que no pocos diarios abrieran unidades de Investigación. Lamentablemente, en algunas de ellas los directores y editores consideraron innecesario que sus reporteros tuviesen conocimiento de métodos, técnicas y el entrenamiento para llevar a buen puerto una investigación.

Hoy tenemos claro que entre el periodismo cotidiano y el de investigación hay diferencias en tiempo, métodos, profundidad y consecuencias.
Un debate semejante al desencadenado por Watergate persiste en las redacciones de hoy.

Cuando se habla del análisis de bases de datos para construir el andamiaje de toda la investigación o para enriquecerla, todavía hay quienes se preguntan, ¿por qué importa de cara a los retos digitales?

No comprenden que en esta era de la informática, data céntrica, los periodistas debemos desarrollar un fuerte músculo intelectual y tecnológico para recopilar, analizar y explicar los datos.

¿Por qué? Porque la corrupción, en contubernio público y privado, cada vez más se oculta en entramados de operaciones digitales de orden mundial. Las investigaciones globales sobre paraísos fiscales dan cuenta de ello.

Bucear entre grandes masas de datos, entonces, es una nueva forma de investigar para acercarnos a la verdad y de indignar para el cambio en una sociedad donde campea la corrupción, el extremismo ideológico, la violencia y la desigualdad.

Al exponerlas, sistemática y conclusivamente, ganamos la añorada moneda de la credibilidad. Esa que genera la certeza del lector de que el periodismo es relevante. Esa que se transforma en la confianza de pagar por un periodismo al que todavía le importa la gente y no se pliega a la costilla del Poder.

Para recibir todos los beneficios de ese periodismo de investigación, aliado a la tecnología, es irrevocable la capacitación. Entrenarnos es vital para apropiarnos con responsabilidad y rigurosa precisión de las herramientas tecnológicas, los métodos y las técnicas que la ciencia de datos provee para hacer mejor periodismo. Sin embargo, seguimos queriendo cosechar la fruta madura sin sembrar el árbol.

Hay más redacciones conformando equipos de análisis de datos para investigar, pero, en no pocos casos, sus reporteros carecen de la formación adecuada.

Así lo evidenciaron dos estudios de 2017: El Estado del Periodismo de datos, del Google News Lab, y la Encuesta Global de Periodismo de Datos, de la conferencia europea de periodismo de datos, que entrevistó a 181 personas.

Del 86% de los entrevistados de la Encuesta, que se definieron como periodistas de datos, la mitad dijo no tener entrenamiento formal para practicarlo.

¿De qué saberes básicos están careciendo, fundamentalmente?

De los pilares:

  • Análisis de datos
  • Estadística

Otros vitales:

  • Visualización
  • Programación
  • Dejemos por fuera, por ahora, el Machine learning.

A la hora de definir su propio nivel de experiencia, solo el 18% se calificó como experto.

No es ético de un medio pretender que un periodista voluntarioso, pero sin entrenamiento o conocimientos muy básicos, haga un análisis para publicar de la noche a la mañana. Es un gran riesgo para la reputación del colega y la del propio periodismo. Ponemos en jaque el acercarnos a la verdad, el compromiso con el lector y la credibilidad que tanto necesitamos para atisbar una salida a nuestra crisis económica.

Cuando carecemos de capacitación, también limitamos potencialmente el alcance de las propias investigaciones. Todos los periodistas que analizamos bases de datos sabemos que Excel – ese coco que mete miedo- no soporta más de 1 millón de filas y 16 mil columnas.

Si pronto no empezamos a capacitarnos en otras herramientas, como R o Python, seremos rebasados, porque la producción de datos crece abrumadoramente cada día.

Lo mismo ocurre respecto de la rendición de cuentas sobre los resultados de los algoritmos, utilizados para todo tipo de aplicaciones basadas en Machine Learning o aprendizaje de máquinas.

¿Qué es un algoritmo? Es una serie de pasos, lógicos y ordenados, que permiten encontrar la solución a un problema. Recordemos que todo algoritmo es una opinión embebida dentro de un código, como afirma Cathie O Neil en su libro Armas de Destrucción Matemática.

El diseño y los datos que alimentan a los algoritmos son producidos por humanos, proclives a la equivocación, con o sin intención. Estos cálculos pueden contener sesgos.

Sin el conocimiento general de cómo funcionan los algoritmos, cómo evaluar la estructura de la base de datos, las variables usadas y las técnicas empleadas para el cálculo, ¿cómo podría un periodista fiscalizar si el resultado del método- que determinará acceso a educación, empleo y hasta justicia- contiene o no sesgos que discriminan y excluyen a cierta población?

En ese contexto, es bueno también advertir que es sano y recomendable que los periodistas no nos deslumbremos por la tecnología. No perdamos de vista la esencia de nuestro trabajo: salir al mundo real y ver cómo los datos que analizamos afectan la vida de las personas. No se hace periodismo solamente detrás de una máquina.

Elliot Jaspin, pionero del periodismo asistido por computadora, lo sintetiza muy bien: “Las computadoras no hacen bueno a un mal reportero. Lo que hacen es convertir a un buen reportero en uno mejor”.

El olfato y los viejos métodos de investigación nunca pasarán de moda, solo los ha reforzado la tecnología, que siempre será un medio y no un fin en sí misma. La tecnología nos invita a formarnos, cada vez más como mejores periodistas.

Nos obliga a trabajar en equipos multidisciplinarios, unirnos a ingenieros en informática y programadores, estadísticos, gerentes de proyectos, diseñadores gráficos y todo aquél que eleve la calidad de nuestro trabajo. Nos permite también la colaboración entre colegas, dentro y fuera de nuestras fronteras.

Además, nos compele a defender la independencia de nuestro trabajo. Porque la verdad no puede buscarse a medias y la tecnología nos ayuda a acercarnos a ella como hasta ahora no ha sido posible.

El desafío del periodismo de investigación en la era digital es el mismo de siempre: mantenerse atento al ejercicio del poder y sus consecuencias en la gente. Ser fiel a la incredulidad y a la disciplina de la verificación, documentar y probar, usando las herramientas tecnológicas con rigurosidad científica para exponer aquello que no debe permanecer oculto.

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